¿Somos Libres O Estamos Más Vigilados Que Nunca?

Nos controlan el sueldo, el tiempo, las mascotas… y aún dicen que somos libres.
¿Libertad? Lo que tenemos es vigilancia disfrazada de normalidad
Nos repiten que vivimos en una sociedad libre.
Que somos ciudadanos con derechos.
Que ya no hay opresión, ni censura, ni imposiciones.
Pero…
¿Qué pasa cuando el control se cuela en cada rincón de tu vida con una sonrisa institucional?
Desde lo que cobras hasta lo que tienes.
Desde dónde estás hasta cómo educas a tus hijos o cuidas a tu perro.
Todo está registrado, regulado, vigilado y supervisado.
Saben cuánto cobras, cuánto gastas y en qué lo haces
El banco lo sabe.
Hacienda también.
Y si sacas más de 1.000 € en efectivo, prepárate para justificarlo.
¿Te acuerdas cuando podías pagar con billetes sin miedo a parecer sospechoso?
Pues eso se acabó.
Saben cuántas horas trabajas… y dónde estás cada minuto
El control horario ya es obligatorio.
Y en algunas empresas, incluso te geolocalizan.
¿Sales a fumar? ¿Vas al baño? ¿Te retrasas dos minutos en fichar?
Todo queda registrado.
Saben si tienes un perro… y si lo has castrado
¿Tienes mascota?
Tienes que registrarla, esterilizarla y llevarla al veterinario según calendario estatal.
¿Te saltas la cita? Multa.
¿No lo castras? Multa.
¿No contratas un seguro obligatorio? Otra más.
¿En qué momento tener un perro pasó a ser un acto burocrático bajo sospecha?
Saben cuándo y dónde te vas de vacaciones
El móvil lo chiva.
Tu tarjeta también.
Y si además publicas una foto en redes… ya no solo lo sabe el sistema, lo sabe todo el mundo.
Y aún te llaman paranoico si levantas la voz
Porque, claro, todo esto es “por tu seguridad”.
O “por el bien de los animales”.
O “para luchar contra el fraude”.
Excusas bonitas para lo que no es otra cosa que control. Control. Control.
¿Y dónde está la verdadera libertad del trabajador?
El trabajador español está sometido a:
→ Controles de presencia.
→ Declaraciones de ingresos al milímetro.
→ Normas laborales cada vez más ambiguas.
→ Protocolos sobre lo que dice, publica o incluso opina.
Pero cuando reclama sus derechos, lo tachan de conflictivo.
Cuando denuncia, lo señalan.
Y cuando se va… lo hacen firmar como si fuera su culpa.
No se trata de conspiraciones. Se trata de realidad. Y esa realidad es asfixiante.
Estamos en un sistema que registra, fiscaliza, etiqueta y sanciona incluso lo más íntimo.
Y aún tenemos que sonreír y decir “¡qué bien que avanzamos!”
Esto no es avance. Es un embudo.
Y, a este paso, el único derecho que nos va a quedar es dar las gracias.